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¿Por qué nos quejamos de todo?

No es malo quejarnos de vez en cuando, siempre y cuando tengamos posteriormente una actitud proactiva. Lo que no deberíamos aceptar, es quejarnos permanentemente por casi todo, sin hacer nada.

Especialistas en antropología y psicología mantienen que quejarse es humano, pero por lo que parece, es más humano aún echarle la culpa a otra persona, o a la vida que es injusta; y esto nos lleva a constatar que hay quien vive permanentemente instalado en la queja.

Nos quejamos de si hace frio, calor, si llueve, si hace viento…, de nuestro jefe o compañeros/as, si tenemos mucho trabajo o poco…, de nuestra pareja, de lo que han hecho o dejado de hacer o decir nuestros padres, hermanos, cuñados, hijos…, de los políticos, de que no tenemos tiempo, de que no somos capaces de… y así podríamos seguir hasta hacer una lista innumerable de quejas y lamentos.

“La queja” proviene de la frustración que sentimos al ver que nuestras expectativas (lo que esperamos que ocurra, lo que nos hemos imaginado, lo que deseamos) no se han hecho realidad y nos colocan en el rol de víctimas. Al quejarnos descargamos la culpa de una situación, comportamiento, hecho…en algo o en otra persona, utilizando este mecanismo de defensa que nos “ayuda” a no asumir nuestra responsabilidad ante un escenario que no nos agrada.

Pero también, las quejas son un lamento que nos permite darnos cuenta de que algo está mal y que hay una situación que tiene que evolucionar y se ha de resolver. La clave positiva, estriba en que asumamos que para lograr ese cambio, los primeros que debemos cambiar somos nosotros mismos.

Mientras no aceptemos dicho cambio y busquemos una nueva manera de vivirlo, la queja nos acompañará. No es que no tengamos derecho a quejarnos, pero si sólo nos quedamos en la queja, no nos hacemos responsables de nuestras vidas.

“Nunca debe el ser humano lamentarse de los tiempos en que vive, pues esto no le servirá de nada. En cambio, en su poder siempre está mejorarlos” – Thomas Carlyle

Por lo tanto, podemos decidir ser “víctimas” de lo que “nos ocurre” y optar por la resignación (dar excusas y justificaciones), o ser “protagonistas” y pasar a la acción que nos permite elegir para intentar obtener resultados diferentes.

Ello no nos asegurará que logremos siempre los objetivos deseados pero, sin duda, nos pondrá en el camino correcto para alcanzarlos.