Cuándo NO deberías salir de tu zona de confort

¿Cuándo NO deberías salir de tu zona de confort?

Llevamos ya muchos años escuchando la famosa frase que nos recomienda salir de nuestra zona de confort con frases o titulares del tipo: “Tienes que salir de tu zona de confort”; “Sal de tu zona de confort”; o incluso indicándonos las pautas para hacerlo “Cómo salir de tu zona de confort”.

Las aseveraciones y recomendaciones generalistas son siempre un arma de doble filo. Aunque pretendan rodearnos de negro y blanco, los grises son los que nos dirigen, en la mayoría de los casos, hacia tomar unas decisiones u otras.

Para poder apreciar esos grises o matices que nos permitan decidir qué cambiar o cómo actuar debemos realizar un trabajo previo de análisis sosegado y objetivo de dos aspectos: en qué situación estamos y qué pretendemos con el cambio o salida de la zona de confort. Este trabajo debe ser individual, nosotros mismos; pero también debemos hacer partícipes a nuestra pareja o familia si esos posibles cambios van a tener consecuencias sobre sus vidas.

Hay que salir de la zona de confort cuando ese confort realmente no es tal, en el sentido de que no estemos a gusto en ese aspecto de nuestra vida que quizá se ha vuelto rutinario o no nos satisface; por tanto realmente, la frase también podría reformularse como “sal de tu zona de incomodidad”.

Pero cambiar por cambiar, sin un ejercicio previo de reflexión serio, pausado y con un análisis objetivo de nuestra situación no tiene demasiado sentido; o aún peor, nos puede llevar a una situación indeseada, simplemente por no pararnos a pensar un poco. Pensar no significa frenarnos, es decir, en ocasiones tenemos que tener el valor y la fuerza para afrontar ese temor e incertidumbre que lleva el realizar cambios. Simplemente se trata de valorar y actuar en consecuencia.

Este análisis debe estar basado en hechos o datos reales acerca de nuestra situación actual y de nuestra necesidad real de cambiar.

Salir de nuestra zona de confort no es saltar al vacío sin paracaídas

Cuando se utiliza el término salir de la zona de confort debemos afrontarlo más bien como un no paralizarnos por miedo a realizar un cambio buscando una mejoría en nuestra vida; realizar otras actividades o nuevos proyectos profesionales. Por supuesto, debe ser un cambio que nosotros queramos hacer y para el que hay que estar preparado.

Cuando no debemos salir de la zona de confort

  • No debemos salir de nuestra zona de confort si no hemos sido nosotros los que percibamos la necesidad de cambiar cierto aspecto de nuestra vida o de emprender un nuevo proyecto. El deseo de cambio no debe venir del exterior, impuesto por los demás.
  • Salir de la zona de confort no es poner patas arriba toda nuestra vida. No es cambiar absolutamente todo o lanzarse a nuevos proyectos sin un análisis previo de porqué lo hacemos y si lo necesitamos hacer.
  • El inconformismo continuo que puede generar vivir con la idea de “tengo que salir de mi zona de confort” puede ser extenuante y nada aconsejable para nuestra estabilidad emocional y psíquica.
  • Cuando no estemos preparados, con fuerza y ánimo, para afrontar un cambio.
  • Si ya hemos afrontado bastantes cambios en nuestra vida (varias salidas de nuestra zona de confort) y ahora queramos mantener una situación de tranquilidad con pocos cambios.

Ir dando cambios continuos por la vida o iniciando nuevos proyectos sin un objetivo concreto no tiene mucho sentido en sí mismo. Incluso en muchas ocasiones puede resultar contraproducente.

Autor: Ismael Limones